miércoles, 1 de febrero de 2017

Bicho raro no, gerontolescente

Acabo de hablar con una amiga de hace muchos años, cuarenta y uno en concreto. Es una mujer emprendedora, luchadora, inteligente y apasionada de la vida, además de guapa y elegante. Ha vendido una de las dos empresas que tenía –me cuenta alegre- y la otra se la deja a su descendiente.
Me confiesa esta amiga que tiene algunas contradicciones en esta nueva etapa de su vida: se va a retirar y no se ve como una vieja, tiene “marcha”, vitalidad, y quiere hacer cosas. A pesar de sus sesenta y cinco años, no concibe su futuro viviendo sólo para distraerse o pasar el rato gozando de un dorado y merecido retiro.

¿Soy un bicho raro? -me dice. ¡No! -le contesto-, eres una gerontolescente.

Definir es una maravillosa habilidad lingüística humana con la que damos forma al mundo que experimentamos y en que vivimos.

Aunque a veces se use dicha habilidad de forma perversa (por ejemplo definiendo los avatares que la vida cotidiana conlleva como si fueran trastornos psicológicos), en general la usamos para crear constructos que nos permitan aprehender el mundo cambiante y ajustar nuestra relación con él.

La reciente, que no nueva, definición del constructo gerontolescencia es uno de esos ejemplos maravillosos.  Así que me dispongo a explicarle a ella los porqués de la nueva definición:

De la misma manera en que en la década de los 50 del siglo pasado se definió el constructo social Adolescencia para diferenciar un periodo del desarrollo humano que antes no existía (el niño pasaba directamente a ser adulto, asignándole directamente tareas como tal de un día para otro y, a veces, mediando un ritual de iniciación) y que el desarrollo de la sociedad hizo necesario, en estas últimas décadas se ha definido el término Gerontolescencia.

Con él se pretende dar entidad al periodo de transición entre la edad adulta y la vejez, que se considera comprendido, hoy por hoy, entre los 60/65 y los 80/85 años. Es un término acuñado por el Doctor Alexandre Kalache, responsable durante 14 años del programa de envejecimiento de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y lo define como "un momento de transición en el que ya no eres el adulto de antes, pero no has perdido tantas facultades como para no mantenerte activo y autónomo".

Pero esto es lo que todo el mundo hace cuando se jubila –me replica-, montarse la vida para disfrutar mientras puedas, viajes, distracciones,  voluntariado, deportes, lecturas, espectáculos, ocio en general… ¡No! –le contesto de nuevo-, hay una gran diferencia entre una actitud de jubilado que quiere pasarlo bien y la de un gerontolescente, aunque tienen cosas en común y eso puede llevar a confusión.

Explícame –me dice. Verás –sigo-, básicamente, la gerontolescencia hace referencia a una actitud ante la vida que implica dos cosas:

La primera, no ajustar tu vida a las expectativas que la sociedad tiene hoy en día para la gente de tu edad, sino ajustarla a lo que tú deseas y que ves factible para ti.

La segunda, buscar hacer o ir haciendo cosas que te llenen y te den satisfacción de vivir, incluidos retos de aprendizaje, laborales, de voluntariado...

A ti te puede dar satisfacción de vivir el hacer un viaje alrededor del mundo o aprender paracaidismo o realizar acciones humanitarias por los demás o hacer voluntariado de cualquier tipo.

Todas estas cosas las pueden compartir un jubilado y un gerontolescente, sólo que el gerontolescente no las hace para distraerse, pasar un buen rato, pasar el tiempo y ya está porque “qué más se puede hacer a  mi edad”, su actitud es más vital. Cualquier cosa que decida hacer le sirve para disfrutar de su vida a cada momento y no descarta plantearse crear una empresa o un servicio de paracaidismo, por poner un ejemplo, si se ve con fuerzas, o comenzar estudios especializados para meterse en una organización y ayudar a la gente. Hace cosas para sentirse lleno.

Voy captando ¡Qué alivio me ha dado la definición! No soy un bicho raro, sino una gerontolescente ¿Pero tú, cómo sabes todo esto? –me dice.

Porque yo -replico-, estoy en plena gerontolescencia.

¿Y qué pasa si el cuerpo no acompaña? –me pregunta-.

Eso –le respondo- lo trataré en un próximo post.

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