Acabo de hablar con una amiga de hace
muchos años, cuarenta y uno en concreto. Es una mujer emprendedora, luchadora,
inteligente y apasionada de la vida, además de guapa y elegante. Ha vendido una
de las dos empresas que tenía –me cuenta alegre- y la otra se la deja a su
descendiente.
Me confiesa esta amiga que tiene algunas
contradicciones en esta nueva etapa de su vida: se va a retirar y no se ve como
una vieja, tiene “marcha”, vitalidad, y quiere hacer cosas. A pesar de sus
sesenta y cinco años, no concibe su futuro viviendo sólo para distraerse o
pasar el rato gozando de un dorado y merecido retiro.
Definir es una maravillosa habilidad
lingüística humana con la que damos forma al mundo que experimentamos y en que
vivimos.
Aunque a veces se use dicha habilidad de
forma perversa (por ejemplo definiendo los avatares que la vida cotidiana conlleva
como si fueran trastornos psicológicos), en general la usamos para crear
constructos que nos permitan aprehender el mundo cambiante y ajustar nuestra
relación con él.
La reciente, que no nueva, definición del
constructo gerontolescencia es uno de esos ejemplos maravillosos. Así que me dispongo a explicarle a ella los porqués de la
nueva definición:
De la misma manera en que en la década de
los 50 del siglo pasado se definió el constructo social Adolescencia para
diferenciar un periodo del desarrollo humano que antes no existía (el niño
pasaba directamente a ser adulto, asignándole directamente tareas como tal de un día para
otro y, a veces, mediando un ritual de iniciación) y que el desarrollo de la
sociedad hizo necesario, en estas últimas décadas se ha definido el término
Gerontolescencia.
Con él se pretende dar entidad al
periodo de transición entre la edad adulta y la vejez, que se considera
comprendido, hoy por hoy, entre los 60/65 y los 80/85 años. Es un
término acuñado por el Doctor Alexandre Kalache, responsable durante 14
años del programa de envejecimiento de la Organización Mundial de la Salud
(OMS) y lo define como "un momento de transición en el que ya no eres el
adulto de antes, pero no has perdido tantas facultades como para no mantenerte
activo y autónomo".
Pero esto es lo que todo el mundo hace
cuando se jubila –me replica-, montarse la vida para disfrutar mientras puedas,
viajes, distracciones, voluntariado, deportes,
lecturas, espectáculos, ocio en general… ¡No! –le contesto de nuevo-, hay una
gran diferencia entre una actitud de jubilado que quiere pasarlo bien y la de
un gerontolescente, aunque tienen cosas en común y eso puede llevar a confusión.
Explícame –me dice. Verás –sigo-, básicamente,
la gerontolescencia hace referencia a una actitud ante la vida que implica dos
cosas:
La primera, no ajustar tu vida a las
expectativas que la sociedad tiene hoy en día para la gente de tu edad, sino
ajustarla a lo que tú deseas y que ves factible para ti.
La segunda, buscar hacer o ir
haciendo cosas que te llenen y te den satisfacción de vivir, incluidos retos de aprendizaje, laborales, de voluntariado...
A ti te puede dar satisfacción de vivir el hacer un viaje alrededor del mundo o aprender paracaidismo o realizar acciones
humanitarias por los demás o hacer voluntariado de cualquier tipo.
Todas estas cosas las pueden compartir
un jubilado y un gerontolescente, sólo que el gerontolescente no las hace para
distraerse, pasar un buen rato, pasar el tiempo y ya está porque “qué más se
puede hacer a mi edad”, su actitud es
más vital. Cualquier cosa que decida hacer le sirve para disfrutar de su vida a
cada momento y no descarta plantearse crear una empresa o un servicio de
paracaidismo, por poner un ejemplo, si se ve con fuerzas, o comenzar estudios especializados para meterse en
una organización y ayudar a la gente. Hace cosas para sentirse lleno.
Voy captando ¡Qué alivio me ha
dado la definición! No soy un bicho raro, sino una gerontolescente ¿Pero tú, cómo sabes todo esto? –me dice.
Porque yo -replico-, estoy en plena
gerontolescencia.
¿Y qué pasa si el cuerpo no acompaña?
–me pregunta-.
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