jueves, 28 de diciembre de 2017

¿Es crítica la mediana edad?


 Llega un momento en nuestra vida en el que, de alguna manera, tomamos conciencia del cambio de valor del tiempo: por mucho más que vivamos ya no vamos a vivir tanto como lo que hemos vivido.

La muerte aparece como posibilidad factible, “comienza a ser la nuestra” como dice Benedetti.

Este momento es, para algunas personas, en el que aparece la necesidad de saber cómo está siendo la propia vida y esta necesidad se transforma en interrogantes:  ¿Está bien mi vida tal y como está?, ¿he hecho lo que deseaba?, ¿qué  he conseguido?, ¿cómo están cambiando mis relaciones con mis seres queridos?,  ¿tengo cosas pendientes y las podré hacer?, ¿qué más puedo hacer a partir de ahora?, ¿puedo iniciar proyectos a mi edad?,  ¿puedo iniciar nuevas relaciones a estas alturas?, ¿qué puedo esperar de la vida?

Más aún en nuestra cultura occidental que por un lado niega la vejez, inundándonos de productos y fórmulas anti-envejecimiento, y por otro la denosta asociándola a enfermedad física o cognitiva, falta de fuerza, desmotivación y otras descalificaciones (lo que se viene a llamar Edadismo), por oposición a la juventud que asocia a alegría, vitalidad, salud, emprendimiento y disfrute.

De ellas surge a veces una  respuesta clara, o a veces queda una sensación ambigua (no se sabe bien si lo que se ha vivido ha servido para algo) y a veces sólo salen respuestas estereotipadas que nos llevan al consuelo conformista (“qué más quieres…”, “a tus años…”, “qué puedes esperar…”). 

Sin embargo, si encaramos nuestra historia de vida con ganas de exprimirle hasta la última gota, podemos asombrarnos de todo lo que nuestra vida nos ha dado que hoy poseemos, y de las posibilidades que se nos pueden abrir para el futuro.

Hay quienes dicen que no existe la crisis de la mediana edad, hay quienes afirman que los estudios sociológicos apuntan a que un 10%  de la población pasa por ella. 

En cualquier caso, si al llegar ese momento nos empezamos a cuestionar nuestra existencia, o sentimos la necesidad de actualizarnos y salir de una visión caduca de nuestra vida, o sentimos ansiedad cada vez que se nos hace evidente el paso del tiempo, no cabe duda de que estamos en una crisis existencial que está sucediendo en ese momento preciso y que hemos de aprovechar.


lunes, 6 de marzo de 2017

A la vejez, ¡viruela!

Ayer viernes pasé un rato con un gran amigo. Nos conocemos desde que nos encontramos en un pasillo de la facultad de psicología de la UAB, buscando la clase de Psicología General del Dr. Barriga, el primer día de carrera, en 1976. Tenemos la misma edad, el próximo año ambos cumpliremos sesenta.

Pasamos un cálido rato. Hablamos de lo que en el pasado hicimos juntos y de las decisiones que hemos ido tomando que nos han llevado a donde estamos ahora, de la jubilación que se acerca, de nuestras inquietudes... y de los proyectos que estamos poniendo en marcha, proyectos que, además de hacernos disfrutar, no se acaban en el mero disfrute, nos enfrentan a retos de nuevos aprendizajes y de cambios en nuestras vidas que, suponemos, son para mejor..

Introduje el tema de la gerontolescencia. No podía faltar. Nos entusiasmamos porque nos identificamos con cierto perfil gerontolescente. En medio de la conversación comentó: "¿No será que estamos yendo hacia una especie de segunda adolescencia o de síndrome de Peter Pan de la tercera edad?". Mi respuesta fue contundente: "¡En absoluto!. Y te diré por qué".

Y empecé a clarificar diferencias entre la etapa gerontolescente, la adolescencia, el síndrome de Peter Pan de todos conocido y, de paso, el complejo de Ganímedes(1) más específico para el colectivo de hombres gays. Más o menos, lo que dije fue:

En nuestro mundo globalizado y tecnificado, cada vez somos más las personas mayores y muy mayores (en un franja que hay quien sitúa desde los 55 años hasta el final de la vida) que nos encontramos con vitalidad, con ganas de llevar una existencia socialmente significativa y personalmente satisfactoria a la vez.

Esto, hoy por hoy, no encaja con el rol que nuestras sociedades tienen asignado para los ancianos, ni con la imagen y valores de negatividad que se tiene de la vejez. El sistema capitalista/neoliberalista de producción genera la idea de que una persona es útil sólo cuando produce bienes y/o servicios económicamente rentables y es inútil cuando se jubila, ya que la jubilación se considera una etapa de improductividad. Es sabido y está documentado que muchas personas que han basado su significación personal en su profesión, entran en depresión al jubilarse.

Por otro lado, aún se arrastra la idea de vejez utilizada durante muchos años por la medicina mecanicista, que la definía como un periodo de decrepitud en el que progresivamente las funciones vitales se van debilitando, hasta llegar a la muerte (me acuerdo de la protesta generalizada que le montamos al profesor que nos quiso imponer esta idea a un grupo de psicólogos y psicólogas que estábamos preparándonos para oposiciones hace unos años).

Por otro lado, en nuestra cultura, la vitalidad y la motivación se asocian exclusiva y erróneamente con la juventud, además de definirla con un sinfín de valores positivos de goce, felicidad y belleza. Por eso, cuando hay gente mayor que exhibe estos valores, la sociedad no sabe muy bien cómo interpretar el fenómeno ni dónde ubicarlo. Así que, usando los constructos  del imaginario colectivo, lo asocia a lo que más se le parece: los jóvenes. Y acaba concluyendo: "es un mayor que quiere ser joven", "a la vejez, viruela", "es un Peter Pan o un Ganímedes que no quiere envejecer" y cosas por el estilo. Y es un error de percepción que hay que aclarar.

Para empezar, el complejo/síndrome de Peter Pan (Dan Kiley 1983) hace referencia principalmente a hombres (más que a las mujeres) que rehúsan hacerse cargo de las responsabilidades, principalmente de tipo emocional, en los vínculos que han de asumir como adultos (cónyuges, padres...) con una alta inhabilidad tanto para proporcionar cuidados a personas que dependen de ellos como para comprometerse en las relaciones.

Y lo que define el complejo de Ganímedes (Juan C. Uríszar 2012) es un estilo de vida centrado en permanecer joven a toda costa a base de perpetuar unos hábitos de vida y una relación con el cuerpo identificada con los jóvenes de 20-30 años, para seguir pareciendo joven en el físico y en los hábitos, ya que en los circuitos del ocio de la cultura gay, hoy por hoy, la juventud sigue siendo el valor eje para la interacción social y la aceptación, y si ese valor se pierde, se es invisible.

Teniendo esto claro, hay varias cosas que definen la actitud gerontolescente y marcan la diferencia con los complejos anteriores y con la adolescencia:

La primera es que en la gerontolescencia el pasado no fue un tiempo mejor que se añora, sino un lugar en el que se aprendieron experiencias que nos ayudan a vivir mejor el tiempo presente, porque lo que cuenta es vivir y disfrutar ahora de la vida, en una etapa en la que parece no haber modelos de conducta a seguir, porque los que la sociedad propone no son satisfactorios.

En esta etapa hay conciencia y aceptación de la muerte. Esta conciencia no lleva a una resignación y sumisión triste y desesperanzada ante el hecho de que el final se ve, sino que lleva más bien a un "no perder el tiempo" en dudas, divagaciones, personas y otras cosas que impiden disfrutar de la vida y hacer aquello que nos satisface o nos reta. La conciencia de la muerte y la experiencia de vida se usan para saber qué se quiere hacer y con quien. Es como seguir un principio que diga "decisiones: claras; tonterías: las justas".

También hay conciencia de la propia vitalidad y de lo que el cuerpo y la mente pueden dar de sí con un cuidado adecuado y entrenamiento apropiado. Esta consciencia no es una añoranza de la adolescencia o de la plenitud de la juventud, es algo real y presente que impele a hacer las cosas que uno quiere hacer para vivir lo que considera una vida plena o lo más plena posible, considerando, como he dicho, las limitaciones y las potencialidades.

Las pruebas y los retos en los que los gerontolescentes se embarcan, se diferencian radicalmente de aquellos de los adolescentes porque hay toda una experiencia previa que permite filtrar los proyectos ajustándolos a las propias necesidades de realización personal, valorar riesgos, asumir objetivos reales, lidiar con frustraciones e ir evaluando la aventura. La necesidad del adolescente se define más por experimentar para aprender primeras experiencias que le permitirán ser adulto, y la del gerontolescente se acerca más a experimentar poniendo en marcha el bagaje que su trayectoria de vida le ha dado.  Los gerontolescentes tenemos mucho que aportar, mucho por hacer y mucho por disfrutar.



(1) Después de Ganímedes. Una aventura para hombres gays en transición de la juventud hacia la vida adulta y la senectud. Ed EGALES. Madrid 2012. Uríszar, Juan Carlos

miércoles, 1 de febrero de 2017

Bicho raro no, gerontolescente

Acabo de hablar con una amiga de hace muchos años, cuarenta y uno en concreto. Es una mujer emprendedora, luchadora, inteligente y apasionada de la vida, además de guapa y elegante. Ha vendido una de las dos empresas que tenía –me cuenta alegre- y la otra se la deja a su descendiente.
Me confiesa esta amiga que tiene algunas contradicciones en esta nueva etapa de su vida: se va a retirar y no se ve como una vieja, tiene “marcha”, vitalidad, y quiere hacer cosas. A pesar de sus sesenta y cinco años, no concibe su futuro viviendo sólo para distraerse o pasar el rato gozando de un dorado y merecido retiro.

¿Soy un bicho raro? -me dice. ¡No! -le contesto-, eres una gerontolescente.

Definir es una maravillosa habilidad lingüística humana con la que damos forma al mundo que experimentamos y en que vivimos.

Aunque a veces se use dicha habilidad de forma perversa (por ejemplo definiendo los avatares que la vida cotidiana conlleva como si fueran trastornos psicológicos), en general la usamos para crear constructos que nos permitan aprehender el mundo cambiante y ajustar nuestra relación con él.

La reciente, que no nueva, definición del constructo gerontolescencia es uno de esos ejemplos maravillosos.  Así que me dispongo a explicarle a ella los porqués de la nueva definición:

De la misma manera en que en la década de los 50 del siglo pasado se definió el constructo social Adolescencia para diferenciar un periodo del desarrollo humano que antes no existía (el niño pasaba directamente a ser adulto, asignándole directamente tareas como tal de un día para otro y, a veces, mediando un ritual de iniciación) y que el desarrollo de la sociedad hizo necesario, en estas últimas décadas se ha definido el término Gerontolescencia.

Con él se pretende dar entidad al periodo de transición entre la edad adulta y la vejez, que se considera comprendido, hoy por hoy, entre los 60/65 y los 80/85 años. Es un término acuñado por el Doctor Alexandre Kalache, responsable durante 14 años del programa de envejecimiento de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y lo define como "un momento de transición en el que ya no eres el adulto de antes, pero no has perdido tantas facultades como para no mantenerte activo y autónomo".

Pero esto es lo que todo el mundo hace cuando se jubila –me replica-, montarse la vida para disfrutar mientras puedas, viajes, distracciones,  voluntariado, deportes, lecturas, espectáculos, ocio en general… ¡No! –le contesto de nuevo-, hay una gran diferencia entre una actitud de jubilado que quiere pasarlo bien y la de un gerontolescente, aunque tienen cosas en común y eso puede llevar a confusión.

Explícame –me dice. Verás –sigo-, básicamente, la gerontolescencia hace referencia a una actitud ante la vida que implica dos cosas:

La primera, no ajustar tu vida a las expectativas que la sociedad tiene hoy en día para la gente de tu edad, sino ajustarla a lo que tú deseas y que ves factible para ti.

La segunda, buscar hacer o ir haciendo cosas que te llenen y te den satisfacción de vivir, incluidos retos de aprendizaje, laborales, de voluntariado...

A ti te puede dar satisfacción de vivir el hacer un viaje alrededor del mundo o aprender paracaidismo o realizar acciones humanitarias por los demás o hacer voluntariado de cualquier tipo.

Todas estas cosas las pueden compartir un jubilado y un gerontolescente, sólo que el gerontolescente no las hace para distraerse, pasar un buen rato, pasar el tiempo y ya está porque “qué más se puede hacer a  mi edad”, su actitud es más vital. Cualquier cosa que decida hacer le sirve para disfrutar de su vida a cada momento y no descarta plantearse crear una empresa o un servicio de paracaidismo, por poner un ejemplo, si se ve con fuerzas, o comenzar estudios especializados para meterse en una organización y ayudar a la gente. Hace cosas para sentirse lleno.

Voy captando ¡Qué alivio me ha dado la definición! No soy un bicho raro, sino una gerontolescente ¿Pero tú, cómo sabes todo esto? –me dice.

Porque yo -replico-, estoy en plena gerontolescencia.

¿Y qué pasa si el cuerpo no acompaña? –me pregunta-.

Eso –le respondo- lo trataré en un próximo post.