“No se puede hacer nada”, “hagas lo que hagas siempre será lo mismo”, “no hay salida…” estos pensamientos son propios de la desesperanza aprendida.
Hay que aclarar que la
desesperanza puede surgir naturalmente ante situaciones que no se pueden
modificar como algunas discapacidades físicas, estados de dependencia
permanente o catástrofes naturales que cambian todo en un momento. Pero también
puede surgir y mantenerse si tendemos a percibir sólo los aspectos limitantes
de las circunstancias o si estamos saturados de información que nos sesga la
realidad y nos la impide ver completa. La desesperanza surgida así es la
desesperanza aprendida.
La desesperanza
aprendida surge de la convicción firme de que no se puede, ni ahora, ni nunca,
modificar o influenciar en la realidad en que se vive y que, no importa lo que se haga, las
cosas se quedarán igual.
Al dar valor absoluto a
esa convicción, se le otorga un poder que nos conduce a un estado de
desmotivación, de renuncia a toda posibilidad de que las cosas se resuelvan o
mejoren, de anulación de la esperanza de alcanzar los sueños. En definitiva, de
eliminar cualquier rastro de ambición y progreso. En este estado quedan
debilitados o extinguidos el amor, la confianza, el entusiasmo, la alegría y la
fe en que podamos hacer algo para que el presente y el futuro puedan ser
mejores.
Si afecta a sectores
amplios de la población se puede hablar de trastorno social. A esto se llega
cuando los estamentos de poder programan y ponen en funcionamiento estrategias
de amplia difusión para inducir desesperanza en las personas, ejerciendo un
control social que frena iniciativas ciudadanas contra los abusos de poder, ya
que cuando el estado de desesperanza se prolonga en el tiempo, termina por
llevarnos a la resignación forzada, a considerarnos atrapados, agobiados e
impotentes frente a las circunstancias, inhibiendo toda nuestra capacidad de
respuesta y sumergiéndonos en la pasividad.
Noam Chomsky ha descrito
las estrategias que dichos estamentos utilizan para manipular el pensamiento de
la población. Aquí resalto las que contribuyen a que desarrollemos la
convicción firme de que “no se puede hacer nada para mejorar las circunstancias
presentes o futuras”:
Distraer la atención de
la población inundándola con informaciones (fútbol, cotilleos, polémicas
políticas, científicas o religiosas, moda…) cuyo objetivo es impedir que se
interese por conocimientos (sociales, políticos, económicos, científicos,
ecológicos, espirituales…) importantes a fin de que no tenga criterio ni opinión
fundamentada sobre ellos. Mantener al público en la ignorancia y en los valores
de la mediocridad facilita que sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos
que se utilizan para controlarlo.
Dirigirse a la población
como si fueran criaturas de poca edad, dando importancia en la información a
los aspectos emocionales, de forma que impida hacer reflexiones en profundidad
sobre el tema del cual trata.
Utilizar una estrategia
gradual de aplicación de medidas inaceptables, para que sean admitidas, que
lleven a situaciones de precariedad, humillación y sumisión calificadas de
única solución posible, dolorosa pero necesaria. Goebbels dijo que a base de repetirla,
una mentira llegaba a convertirse en verdad.
Hacer creer al ciudadano
que solamente él es el culpable de su propia desgracia. Así, en lugar de
rebelarse se autoinvalida y se culpa, lo que genera un estado depresivo, uno de
cuyos efectos es la inhibición de su acción, llevándolo a la desesperanza.
Pero lo mismo que
existen estrategias para inducir desesperanza, las hay para minimizarla y
superarla. Desde un enfoque psicológico la estrategia para superar la
desesperanza aprendida contempla tres fases:
1. Aceptación: admitir
que nuestra valoración de la realidad es una percepción filtrada y limitada que
no la representa, ya que la realidad se ve diferente dependiendo del punto de
mira. Dar por válido, recordando dificultades anteriores en nuestra historia,
que todo pasa y que cada día está lleno de posibilidades.
2. Obtención de
recursos: buscar formas creativas y alternativas de abordar la situación
valorada como amenaza, apoyándose en personas que tengan recursos que nos
falten y repensando la situación en busca de ángulos positivos. El apoyo
positivo de amigos es fundamental.
3. Acción: Si
consideramos que realmente no se puede cambiar nada momentáneamente, esperar un
mejor momento para actuar y, mientras tanto, participar en iniciativas que
luchen para cambiar la situación social inductora de desesperanza. Pero si
decidimos luchar, hay que buscar en la propia experiencia conductas que hayan
servido para superar situaciones similares, centrarse en los recursos, dones y
talentos sin enfocarse en el problema o en sus posibles consecuencias negativas,
definir una estrategia y seguirla dando un paso cada vez.
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