Pues no se te nota (microedadismos-1)
Con esta frase corta, tan llena de
buenas intenciones, me van halagando amigos y conocidos al felicitarme cuando se
enteran que este año entro en los sesenta. Y yo la voy recibiendo con complacencia:
he llegado a los sesenta y no lo aparento, vamos, que parezco más joven de lo
que corresponde a mi edad, ¡mira tú qué bien!
Todo ha estado yendo de maravilla
hasta que, por esas asociaciones espontáneas que el cerebro hace por su cuenta,
la frase me evocó cierta anécdota de cuando salí del armario, dije que era gay
y también alguien me replicó con su mejor intención: “pues no se te nota”. Al comparar
las dos situaciones, mi complacencia se ha ido tambaleando y ha cambiado de
giro, convirtiéndose en indignación. ¿Qué es lo que no “se me nota”?, o mejor
dicho, ¿qué es lo que tengo que ocultar y vale más que no se me note de mi
edad?
¿Qué se supone que debo tener tan bien
encerrado en el armario de la vejez? No acierto a adivinarlo: algún supuesto
malestar con el mundo porque me hago viejo, o el no encajar en los tiempos
actuales, o la presumible ineptitud en la vejez para aprender; o puede que las pronunciadas
arrugas, la papada o el encorvamiento de la columna; a lo mejor las secuelas de
alguna enfermedad pasada, la cronicidad de una enfermedad presente o el terror
a la muerte que ya se ve venir; tal vez el miedo a la fragilidad corporal sobrevenida
con la vejez, la lentitud en los movimientos o los olvidos y otros asuntos con
los pensamientos que se sabe tienen los viejos; acaso la hipotética intolerancia
propia de los ancianos hacia la gente o la pretendida incapacidad para
disfrutar que da el cansancio de haber vivido muchos años... Repito que no lo sé. Y me pregunto cómo se
supone que deberían ser de horrorosos los sesenta años, que es preferible que no
se note.
Y sigo rumiando en mi cabeza por qué
he de considerar positivo que no se note mi edad, como si tuviera que
armarizarla para protegerla de un mundo hostil que la condena y no le permite expresarse. ¿Es que no hay
nada digno, positivo, válido y admirable después de la juventud? Pues si
atiendo a cómo estoy viviendo mis sesenta años la respuesta es que,
rotundamente, sí que lo hay. Creo que el meollo está en que no sabemos percibir
ni describir la vejez en su plenitud, que no tenemos vocablos específicos para
definir positivamente este periodo con entidad propia y, peor aún, no la
sabemos explicar por sí misma sin hacer referencia a la juventud.
Porque en nuestro imaginario social la
juventud está idealizada como el paradigma de máxima realización al que una
persona puede llegar (creencia heredada que la Grecia antigua contribuyó a
consolidar y hemos magnificado). Es el gran referente para la medición y
descripción de la vida humana. Una vez llegada la vejez, todo, especialmente lo
positivo, vital y motivador de la existencia,
ha de ser valorado tomando la juventud como referencia: tiene un espíritu
joven, por él no pasan los años, estoy enamorado como un crío, me siento como
un chaval…
Por herencia cultural y sin darnos
cuenta usamos este modelo de pensamiento dicotómico en el cual la juventud está
asociada a lo vital, lo sano, lo bueno, la alegría, el clímax de la vida… y la
vejez a lo inane, lo enfermo, lo malo, la tristeza, el declive de la vida…. Un
discurso que menosprecia la vejez ya que abunda en significantes negativos para
describirla, ofreciéndonoslos como los únicos adecuados y dejando a un lado los
significantes positivos. Es lo que se entiende como Edadismo o discriminación
por la edad(1). Usamos expresiones edadistas sin apercibirnos de
ello porque las empleamos en su forma suave -los microedadismos- y además,
cargadas de una buena intención que enmascara el lado negativo del mensaje:
“eres viejo”. Varios ejemplos de ello están en el párrafo anterior, pero el que
aquí me ocupa es “no se te nota nada”.
¿Por qué he de aceptar como un cumplido
que no se me note la edad?, ¿por qué ser joven es mejor que ser viejo? Yo no me
cambiaría por mí mismo cuando era joven, porque mi vida pasada ya sirvió para
su propósito: tener experiencias para adquirir aprendizajes sobre los que
asentar mi vida actual, mi vejez. ¿Y en qué han cristalizado las experiencias
de estos sesenta años? Lo puedo resumir en cuatro puntos que tienen poco que
ver con la visión negativa de la vejez:
Para empezar, se me ha hecho muy
presente la caducidad de la vida(2). Tomar conciencia de este hecho,
aceptándolo, ha aumentado mucho mi sentido práctico. Es como si no tuviera que
perder el tiempo, pero a la vez, tampoco tengo que acelerarme en nada. Acepto las cosas tal como son y uso este sentido práctico de la mejor manera
posible para enfrentarme a las situaciones que la vida me porta, resolverlas y
promover aquellas que quiero vivir. En resumen, aprovecho más mi tiempo y lo
lleno con lo que me hace sentir vivo, que en mi caso y a grandes rasgos son la
compañía de mis amigos y amigas y ciertas actividades de aprendizaje que me
ponen a prueba.
Luego, mi motivación ha cambiado desde
que no tengo la necesidad de demostrarme nada a mí mismo ni a nadie. Ya no hago
cosas para conseguir aprobación o reconocimiento social, las hago sólo si sé
que me voy a implicar en hacerlas con el máximo rigor de que soy capaz y si voy
a disfrutar en el proceso. El mero disfrute de hacer lo que esté haciendo en
cada momento deviene en la recompensa. Por eso resulta tan importante
seleccionar lo que quiero vivir, dentro de las opciones factibles que se me presentan.
He conseguido tener una buena relación
con mi cuerpo y con mi mente. Cuido a ambos como si fueran preciosas plantas de
un jardín que no es otro sino yo mismo. Respeto mis tiempos de aprendizaje, de
actividad y de descanso. Hago gimnasia y yoga regularmente con objetivos
concretos de movilidad y flexibilidad, me
pongo metas que respetan mi ritmo y me implico en aprendizajes de nuevas
destrezas o de adquisición de conocimientos e informaciones de mi interés que
básicamente son de psicología, sociología, antropología e interpretación.
Por último, he llegado a ver los
acontecimientos con perspectiva y en conjunto, lo que me permite relativizar
los hechos a su justa medida. Tengo más capacidad para comprender otros puntos
de vista y maneras de ser que respeto y de las que aprendo, aunque no
necesariamente las comparta. Eso me aporta cierta serenidad que es también
fortaleza, y de ahí se origina una necesidad de agradecimiento a todas las personas con quienes me he
relacionado tanto en buenas como en malas circunstancias, porque gracias a esas
interacciones he llegado a ser quien soy hoy.
Estas cosas son en lo que consiste mi
vejez, mis sesenta años, estoy seguro
que son similares a los de muchísimas más personas de mi edad y estoy muy
orgulloso de mostrarlo. Por eso quiero que se me note.
(1)
El término Edadismo
(ageism en inglés) fue
acuñado en 1968 por el gerontólogo y psiquiatra Robert
Butler para referirse a la estereotipificación y discriminación contra personas o colectivos por motivos de edad. Engloba
una serie de creencias, normas y valores que justifican la discriminación de
las personas debido a su edad. Un buen ejemplo es el mercado de trabajo.
(2)
Hay un dicho en la filosofía budista que dice que
la única cosa que se puede predecir con certeza de un recién nacido es que
morirá.