Entre mis
amistades está aumentando el número de quienes se van jubilando,
lógico que el tema salga en nuestras conversaciones. Para mí, que
me quedan unos cinco para llegar ahí, resulta esperanzador oírles
lo contentos que están, la de proyectos que tienen previstos, lo
relajados que dicen sentirse (aunque no paran) y lo que les encanta
poder disponer de su tiempo a su antojo.
Pero también
me resulta extraño, ¿qué mosca les ha picado?, ¿qué les pasa?,
¿no se han jubilado? .
Por deformación profesional, la primera oleada
de ideas que me viene a la mente cuando una persona se retira del
mundo laboral es, más o menos: “Depresión leve debido a un
sistema de vida que se desmonta”... “Debido a que la profesión
ocupa un rango identitario de personalidad, por la presión social
neoliberalista, el jubilado se pregunta qué hacer con su vida cuando
ya no es un trabajador”... “Al desaparecer en la jubilación este
aspecto de identidad profesional, queda un vacío que, si se asocia
con la imperante valoración negativa de la vejez, puede llevar a
estados de tristeza y depresivos”… Y así.
Si en
mis amistades estoy viendo lo contrario a lo que creo que suele
pasar, algo no cuadra. Claro que estas amistades han llevado una vida
profesional más bien activa y una vida personal de la que se han
ocupado tanto en los buenos como en los malos momentos. Siempre han
valorado la amistad y las relaciones personales. Y cuando han tenido
que realizar trabajos no deseados, han sabido afrontarlos y llevarlos
con dignidad buscando la perspectiva útil para continuar adelante.
Ante
mi curiosidad por su alegría, extraña desde mi punto de vista,
recibí varias respuestas contundentes y clarificadoras como estas: “Me retiro del
mundo laboral y de las obligaciones que comporta (horarios,
rendimiento, jefes poco empáticos…), pero no de vivir ni de hacer
actividades”… “Soy jubilado, de júbilo; comienzo un jubileo
para disfrutar la vida que me queda, no un retiro que me estigmatiza
como inútil”… “Sé muy bien qué hacer con todo el tiempo
libre del que dispongo”... “Tengo proyectos y voy a disfrutarlos,
precisamente, por la jubilación”…
La
respuesta que mejor me describió la jubilación desde un punto de vista psicológico
(por eso la transcribo con más detalle) me la dijo
una psicopedagoga: “He cambiado de refuerzo motivador, he pasado de
trabajar centrada en conseguir el dinero que necesitaba para cubrir
las necesidades básicas y evitar situaciones no deseadas generadoras
de estrés (no poder comprar comida, o pagar matrículas, o la
hipoteca o el alquiler…), lo que llamamos refuerzo motivador
negativo, a hacer actividades por placer para traer a mi vida cosas
que me llenan (estar más tiempo con mis amigos y familia, viajar,
hacer cosas pendientes: estudiar, deporte, artesanías, asesorar
profesionalmente…) o sea, movilizo mi vida con refuerzos
motivadores positivos, carentes de distrés (estrés negativo). ¡No sabes el peso que me
he quitado de encima! Y lo puedo hacer porque recibo una pensión
que, más o menos, me cubre los gastos y dispongo del tiempo que
antes empleaba trabajando”.
Llegado a este punto yo ya estaba dándole vueltas a
una nueva oleada de ideas, relacionando jubilación con psicología,
sociología y política.
“Estamos
asistiendo a unas actuaciones políticas destinadas desmantelar el
sistema de pensiones, a hacerlas insuficientes. Eso contribuirá a
que los jubilados se estanquen en un estado de precariedad permanente
para cubrir sus necesidades básicas”, “no sólo eso sino que,
además, hay muchos impedimentos y amenazas para realizar actividades
económicas una vez se recibe una pensión por jubilación, el cobro
de derechos de autor, sin ir más lejos”, “estas políticas van a
mantener a las personas jubiladas en un estado de estrés continuado
ya que van a estar permanente preocupadas por llegar a fin de mes, o
sea, inmersos en la situación de motivación negativa frecuente anterior a la jubilación”, “si a esto añadimos los impedimentos legales para
conseguir ingresos además de la pensión, este tipo de decisiones
políticas coloca al colectivo de jubilados en una frustrante
situación de impotencia e indefensión que puede llevarlos a
estados de ánimo tristes y depresivos”..., y seguí.
Todo lo que llegué a pensar lo sintetizo razonando que el tipo de políticas que se apliquen
sobre el sistema de pensiones puede transformar este periodo de la
vida en un verdadero infierno.
Vamos, que la precarización de las pensiones es un mecanismo de
control social para mantener a los ciudadanos jubilados centrados en
su supervivencia, en dar cobertura a sus necesidades básicas, sin poder hacer nada más, sin una calidad de vida a la que tienen derecho.
Lo
contrario, es decir, las pensiones con suficiencia económica adecuada (artículo 50 de la Constitución) y lo que conllevan de vida
digna, hace que la persona jubilada tenga tiempo y motivación para
mirar más allá. Además de disfrutar, puede echar una ojeada a la sociedad en su conjunto
y, puesto que tiene tiempo, puede pensar, escuchar opiniones,
contrastarlas, compartir las suyas e involucrarse en participar activamente en la mejora del mundo en que vivimos. Eso
convierte a la persona jubilada en un ciudadano peligroso para el
sistema político-económico neoliberalista.
Por
eso es imprescindible y absolutamente necesario el coraje y la
motivación para participar en las manifestaciones que este mes de
marzo de 2018 se están haciendo en la línea de reivindicar pensiones dignas, que
permitan tener un bienestar ganado con muchos años de esfuerzo
laboral que, por otro lado, ha repercutido en el desarrollo de la sociedad (el valor añadido, que se llama).
No somos
psicológicamente completos sin interacción social y por eso,
debemos contribuir a construir un entorno social solidario y
respetuoso. Eso implica el cambio político.